martes, 3 de septiembre de 2013

El otro

El Otro – Mentira la verdad

¿Quién soy yo? ¿Dónde estoy yo? ¿Adentro? ¿Quién es el otro? ¿Dónde está el otro? ¿Afuera? Pensar al otro se nos presenta como una tarea problemática, por no decir imposible. Todo lo que diga sobre el otro lo digo desde mi yo. Pero el otro, se supone, es lo que no tiene ningún contacto conmigo. Mi hija es un otro. El problema es que cuando definimos al otro... lo hacemos pensando en todo aquello que excede de modo absoluto al yo. Mis fans son un otro. Todo lo que no soy yo ni está determinado por mi yo es un otro. Mi nuevo chofer es un otro. Todo lo que me excede es otro y, sin embargo, mi hija, mis fans, mi representante, mi nuevo chofer cobran sentido, o sea, son lo que son siempre para mí, siempre para un yo que los categoriza previamente.
Pero, entonces, ¿podemos acceder al otro despojándonos absolutamente de lo que somos? ¿No se trata justamente de acceder al otro en su otredad?
¿Es posible un acceso de este tipo? Y, si la respuesta es no, ¿tendríamos que admitir que acceder al otro es, entonces, algo imposible?
El sujeto moderno es el sujeto europeo, blanco, macho y burgués, pero se cree el modelo de lo humano. Así, impone su identidad sobre todas las cosas, proyecta su yo sobre el otro. Busca incorporarlo, incluirlo, integrarlo, pero ¿a qué costo? ¿Puede el sujeto incluir al otro sin que el otro pierda su especificidad? ¿No hay en toda inclusión siempre una pérdida? ¿Sabés qué? Vamos a ponernos de acuerdo en algunas cosas, ¿dale? ¿No hay siempre alguien que integra expandiendo su yo y un otro integrado que va perdiendo su otredad? El sujeto occidental siempre ha pretendido integrar al diferente.

Pero ¿cómo ha sido esta historia? ¿Quién es el otro de Occidente?

El otro no es, no existe. Es el excluido permanente, el que siempre queda afuera. Si el otro fuera, sería algo. Y, si el otro es algo, se vuelve un objeto para el yo que se lo apropia y, en ese acto, lo fagocita, lo disuelve. Así, el yo, o como lo llama Emmanuel Lévinas,"lo mismo" se totaliza, hace pasar su yo o su mismidad como si fuese todo lo que hay. Y por fuera del todo no puede haber nada. Pero, cuando todo parece seguro y cerrado en las coordenadas que el yo impone, irrumpe el otro. Nunca pide permiso. Es inesperado. Golpea la puerta de mi casa. Solicita y exige una respuesta. Exige. El otro se vuelve una amenaza. El valor más importante para el yo es su propia seguridad. El yo construye sentido......adaptando todo lo que lo excede a sus propios parámetros. Y, así, logra estabilidad. "Toda búsqueda de sentido es siempre una búsqueda de seguridad", dice Nietzsche. Pero el otro golpea y desestabiliza. El otro es como un palo en el engranaje que detiene esa totalidad que venía funcionando bien. La totalidad nunca cierra porque siempre hay un otro. Adentro del muro, todo parece funcionar a la perfección, pero el muro se vuelve invisible. Y afuera están los otros, que, desde su indigencia, golpean la puerta y esperan una respuesta.
Nuestra identidad es igual a la de los otros, pero, a la vez, diferente.
Por un lado, todos somos iguales porque somos parte de un todo que nos nuclea, la humanidad; pero también y, al mismo tiempo, soy un individuo diferente, singular. Por ejemplo, este aro es igual a este aro. ¿Soy igual a los otros? Porque son dos aros diferentes. ¿O soy diferente? Si no fueran dos aros diferentes, no serían iguales. ¿O soy al mismo tiempo igual y diferente? Sino que serían el mismo aro.
En cierto modo, somos todos igualmente diferentes. Somos iguales por ser todos diferentes. Para que haya igualdad, tiene que haber diferencia. Solo puedo igualar dos entidades diferentes. La igualdad es una de las formas de la diferencia. Por eso, si estamos siempre relacionándonos con otros, interfiriéndonos mutuamente, contaminando nuestras identidades, ¿podemos separarnos tan tajantemente de los otros? En esta dialéctica permanente, ¿no somos todos un poco... otros?
Frente al extraño, podemos diferenciar dos modos de vinculación: la tolerancia y la hospitalidad. "Tolerancia" viene del latín y se asocia a la idea de soportar, hace referencia al grado de admisión frente a todo lo que es contrario a nuestras costumbres. Es que, aunque el otro sea muy diferente a mí, al otro hay que tolerarlo porque el otro es un prójimo. Hay un principio de proximidad que hace del prójimo alguien cercano. Un prójimo es alguien próximo que, por ello, se vuelve uno de los propios. Pero en ese acto, pierde su otredad. La tolerancia nunca termina de alcanzar completamente al otro, ya que el problema no es el prójimo, sino el distante, el ajeno, el extraño, el extranjero, aquel que queda absolutamente por fuera de lo propio, aquel cuya presencia nos amenaza, nos pone en peligro. Su diferencia nos desestabiliza. Por ejemplo,  si invito a alguien a mi casa y se comporta en consonancia con mis costumbres, no hay ningún problema. Pero, si el invitado viene con sus propias costumbres, se me abren dos opciones: o lo tolero o lo echo. Y, en ambos casos, lo niego como otro. Pero ¿cuáles son los problemas de la tolerancia?
Primero, el que tolera siempre ejerce el poder. Tolerar es expandir los límites de lo posible, pero los límites los sigo poniendo siempre yo. ¿No debería la verdadera tolerancia tolerar lo intolerable? El que tolera se vuelve portador de la racionalidad, y el intolerante, alguien primitivo.
La tolerancia se presenta como un acto de civilización y paz. Mientras que la intolerancia, como salvajismo, barbarie, guerra. En nombre de la tolerancia, se han generado los peores dispositivos de exclusión. Ser intolerante con el que se cree que es intolerante, ¿no es traicionar la tolerancia?

Por último, si tolerar es soportar, ¿no es siempre negativa mi relación con el otro, en el sentido de tener que aguantar su diferencia en lugar de involucrarme en ella? Tolerar sin abrirme a la diferencia no me transforma, pero, sobre todo, no transforma al otro, se lo sigue subordinando. Así, la tolerancia no resuelve la cuestión del otro, pero, entonces, ¿cómo nos relacionamos con el otro sin suprimirlo?
¿Cómo no caer en una paradoja? Es que, si lo tolero y lo hago propio, deja de ser un otro.
Y, a la inversa, si sigue siendo un otro, no entra en mis parámetros y no hay vínculo posible.
En ambos casos, no hay un otro. ¿Tengo que aceptar, entonces, que mi relación con el otro es algo imposible?
El verdadero otro no es aquel del que me apropio, sino un radicalmente otro, como diría Derrida, ya que escapa a cualquier parámetro. Es lo incomprendido, lo que me excede. Lo insoportable. El otro es siempre un monstruo, ya que lo monstruoso expresa mejor que nadie la idea de lo que no encaja. Al monstruo le temo. Me siento en peligro. Temo verme invadido, desapropiado, salido de lo propio. Salido de lo propio.
La otra manera de relacionarme con el extraño es desde la hospitalidad. En el recibimiento hospitalario, se abre la puerta al extranjero, pero ya no condicionándolo como en la tolerancia. La hospitalidad implica la existencia de una diferencia radical. El otro ya no es un igual, sino un diferente. Es necesario, como plantea Lévinas, que el otro sea una exterioridad irreductible al sujeto. Abrirnos a él ir en contra de nosotros mismos. La hospitalidad no resuelve la cuestión del otro, pero nos enseña a desapegarnos de nuestro yo, de nuestro ego. Asume que nuestro vínculo con el otro es imposible, pero resignifica esa imposibilidad en la posibilidad de transformarnos a nosotros mismos, de entender que, en definitiva, todos somos extranjeros. Todos somos otros.
Una figura que nos permite comprender la radicalidad del otro es la figura del animal. Hasta dónde somos realmente hospitalarios? En Occidente, al otro se lo come. Es tan otro que no aplica y por ello queda fuera de todo derecho. No hay reflexión ni culpa, ni racionalidad. Y no solo queda fuera del derecho sino, además, de toda condición ontológica. El otro no solo no pertenece, sino que su disolución es necesaria para mi supervivencia. El otro me llena, me engorda, me expande.
El otro, el animal, su muerte, la industrialización de sus cuerpos, su domesticación se justifica en nombre de nuestra supervivencia
Justifico siempre la muerte del otro para que mi propia vida se expanda.
La justifico de tal modo que el otro se suprime como otro y se vuelve algo que alimenta lo propio. Nos preocupa la relación con lo animal, pero, sobre todo, con aquellos seres humanos con los que nos vinculamos del mismo modo que lo hacemos con el animal. Por eso, Derrida nos ayuda a pensar la cuestión animal desde otra perspectiva. Si, hasta ahora, siempre diferenciamos al ser humano de lo animal a partir del uso del lenguaje, ¿no podríamos pensar la distinción desde otra pregunta? No tanto si los animales hablan o piensan, sino como planteaba Bentham: ¿los animales sufren?
Cuenta Lévinas que, en el campo de concentración, durante el régimen nazi, había un perro que deambulaba por allí. Cuando los prisioneros regresaban de trabajar, ese perro al que llamaban Bobi los recibía ladrando de alegría. Ningún hombre –dice Lévinas–, sino un perro los reconocía como seres humanos". Solo un animal recompuso la humanidad que el ser humano estaba destruyendo. ¿Cuánto le debemos al otro?
Pensar éticamente el vínculo entre lo humano y lo animal es pensar nuestra responsabilidad el sufrimiento de los otros. ¿Quiénes son hoy nuestros animales? Pero ¿dónde está el otro?  ¿Afuera o adentro?
Hay un filósofo francés llamado Jean-Luc Nancy, que hace unos años sufrió una enfermedad cardíaca degenerativa que solo podía resolverse con un trasplante de corazón. El trasplante lo salvó y, obviamente, cambió su vida e impactó de lleno en su filosofía.
Al poco tiempo, lo convocaron a disertar en un congreso en Europa sobre la cuestión del extranjero; y Nancy decidió narrar allí la experiencia de su trasplante. No fue casual, su propio corazón lo estaba matando, pero fue el corazón anónimo de un otro el que lo salvó. Lo propio lo estaba destruyendo, lo extraño le dio vida. Qué paradoja.
Nancy decidió titular la disertación con el nombre de "El intruso".
¿Cuál corazón era el intruso? ¿El ajeno o el propio? ¿No somos todos mixtos? ¿No somos todos otros?